1er Lugar
Sedimento - Pedro Peinado Galisteo (España)
Mentes pudientes se inyectan la vacuna antigravedad y nos confirman que el cielo era océano y que los sueños, contra pronóstico, se vienen todos al fondo.
2° Lugar
26 de junio - Daniel Ramos (Colombia)
En Utópica, la ciudad del horizonte, se celebra cada 26 de junio el Día Sin Gravedad en honor al físico utópico Johannes Zondergrond, descubridor de la ecuación cuántica para suspender la fuerza gravitacional de la Tierra sobre los seres humanos. Ese día, apenas las personas salen a la calle, se desplazan por el aire a cualquier parte disfrutando de la levedad. Se organizan toda clase de eventos y espectáculos de movimiento casi perpetuo, se dan acrobacias espontáneas, choques casuales y, cómo no, perdidas en el espacio. Es sin duda uno de los días más esperados del año, menos en el hogar de la familia Anzola. Hace dos años el pequeño Ludovico quiso jugarle una broma a su abuelo: perforó la cámara de aire de sus botas gravitacionales para que al salir a la calle flotara como todos los demás. Ludovico no sabía nada del miedo de su abuelo a las alturas: fue su último viaje, murió de infarto cardíaco apenas alcanzó los 1.250 metros de altura.
El año pasado, en señal de duelo, Ludovico caminó por la calle en silencio con sus botas gravitacionales mientras veía a la gente paseando por toda la atmósfera. Visitó la tumba de su abuelo y le hizo una ofrenda floral. Este año, su amigo Timoteo —en asocio con sus padres— tiene planeado para el 25 de junio, a las 23:50, perforar la cámara de aire de las botas de Ludovico para que apenas salga a la calle se una a sus amigos en el espacio, se libere de la culpa y disfrute entre todos el día sin gravedad.
3er Lugar
Grávida, grácida - Sandino Gámez Vázquez (México)
Finalmente había saltado. El espacio entre los edificios parecía más corto desde arriba y la luz de las ventanas, de los faroles de la calle y los carros allá abajo le provocaban diagonales en la vista. Sería una caída larga. Una nube por la ciudad iluminada, sabía, atestiguaba el salto a su espalda; daría fe de su entrega con un resplandor o con un relámpago. Ya llegaba el momento. El aire móvil lo tocaba. Debía poner la mente en blanco. Un rayo. Un trueno. El asfalto, el cemento, los autos, unos cuantos árboles, le eran ya próximos. Todavía alcanzó a mirar una dama que, volteada hacia arriba, donde él caía, daba un grito de angustia y levantaba las manos como garras protegiendo su cara. En el último instante, cerró los ojos y abrió las alas.
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1a Mención Honorífica
La Cita - Olga Zamudio Prieto (México)
Estaba decidida, sería esta tarde. Tranquila, revisó que todo en la casa estuviera en orden, puso especial atención a que todo quedara limpio, impecable. Al sacudir su mesita de noche, la pequeña muñeca de porcelana resbaló y se rompió en mil pedazos. -Que irónico- pensó, pero en realidad poco le importó. Cansada, tomó una ducha y puso especial esmero en su arreglo, después de todo, la ocasión lo ameritaba. Al cuarto para las cinco ya estaba lista, cerró la casa y decididamente encaminó sus pasos hacia el Metro. Debía apurarse o habría mucha gente en la estación, quería que estuviera solo para que nadie se diera cuenta; la gravedad haría el resto.
2a Mención Honorífica
El gobierno proveerá la distribución gratuita de soma - Javier Avilés (España)
La caída es tan rápida que las sensaciones quedan ahogadas en el aire. Un poco antes, desde el borde del edificio, contemplas como el ciego equipo de limpieza ejecuta su frenética danza, tropezando unos con otros y con sus escobas, que arrastran empujando fuera de escena los restos del saltador que te precede.
Casi sonríes mientras el guardia, que te indica que esperes con el brazo extendido interponiéndose entre tu cuerpo y el vacío, esboza una mueca de falso regocijo, hastiado de la torpeza de los limpiadores pero subyugado por su macabra comicidad.
En cuanto el equipo termina el guardia baja el brazo y murmura, casi escupiendo la palabra, un rutinario “siguiente”, posa la mano en tu hombro y dice “la gravedad es gratis”.
Depositas una moneda en su mano y saltas.
3a Mención (Especial - Empate)
Nada grave - Pablo León (México)
Algunas hojuelas cayeron del plato salpicando leche sobre la mesa. Pensé en los regaños y usé una servilleta para limpiar. Mis hermanas todavía no están de vacaciones, por la mañana estoy solo y casi nunca lavo mis dientes –me da flojera. Como siempre, desayuné cereal y me vestí para salir a andar en bici, quise ir a una pendiente por la que nunca había bajado, una que vi por la casa de mi abuela.
Sentí miedo pero después de un rato me animé a bajar. Pedaleé para ir más rápido, escuché el motor de un coche avanzando cerca y me hice a un lado, pasé un montoncito de grava y el manubrio sacudió mis brazos hasta que perdí el equilibrio y caí. Mi rodilla estaba sangrando, sentía la pierna entumida y caminé hasta la casa de mi abuela. Golpeé la puerta, esperé y nadie abrió. Entonces miré hacia atrás y noté que había un gatito tumbado en la banqueta, muerto bajo la sombra de un árbol. Por su tamaño, supuse que sólo vivió una o dos semanas antes de caer de las ramas y romperse la cabeza, a lo mejor su madre lo tuvo ahí arriba, como si fuera pájaro.
Con trabajos regresé a mi casa. Mi mamá dijo que el raspón de mi rodilla no era nada grave y le puso merthiolate. Me pasé los días siguientes viendo la costra que se me hizo, también pensé en el gatito muerto. Hace como dos años tuve una gata, se embarazó y tuvo cuatro hijos. Mi mamá esperó un mes, luego se los quitó cuando ella no estaba cuidándolos; después de unas horas la gata se dio cuenta, los buscó maullando fuerte, recorriendo la casa una vez y otra. Al final se fue a la calle, pasó una semana fuera y pensamos que ya no volvería, pero volvió, hambrienta y cariñosa como nunca.
3a Mención (Especial - Empate)
Los límites del universo - Kamilo Klauss (Colombia)
El astronauta intentaba sujetarse, infructuosamente, de cualquier objeto que pasara cerca. La caída libre perpetua era increíblemente aburrida. Especialmente ahora que su traje fotosintético autosuficiente se valía de cualquier reflejo lumínico para proporcionarle nutrientes a su organismo.
La vida en la tierra se había vuelto tan larga y confortable que la humanidad debió buscar cómo asentarse en nuevos planetas. La expansión llevó, como era de esperarse, a descubrir que el universo no era tan grande como se imaginaban los antiguos en la época de los computadores.
Fue entonces cuando Harvey Fletcher, astronauta de profesión, descubrió el límite exacto del universo, el lugar más lejano hasta donde alcanzaba la gravedad de cualquier cuerpo celeste. Fue entonces, también, cuando cometió el error más grande de su vida: dio un salto eufórico hacia el frente gritando "eureka".
La caída libre perpetua era increíblemente aburrida.